Contra el desapego: Apología del apego como parte de nuestra naturaleza

APEGO

En la actual hegemonía discursiva de las psicologías postmodernas, especialmente aquellas enmarcadas dentro de corrientes como el mindfulness, la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), la Terapia Dialéctico-Conductual (DBT) o determinadas interpretaciones de la psicología positiva, se ha venido consolidando un principio que parece ser uno de los elementos de la panacea en todas ellas: la conceptualización del apego como un fenómeno negativo, causante de sufrimiento, frente al cual el desapego es presentado como ideal de autorregulación emocional, camino a la paz mental, signo de madurez afectiva o incluso requisito para una vida plena.

Este postulado, de raíz budista pero secularizado y absorbido por la industria de la salud mental occidental, ha alcanzado una legitimidad que rara vez se confronta desde una perspectiva biológica, antropológica o filosófica rigurosa. La Magia Novae Carnis, en tanto sistema de afirmación de la carne como fundamento del sujeto, y la filosofía de la CTO como marco conceptual que la sostiene, se sitúan en una posición frontalmente crítica respecto a este paradigma del desapego.

El apego no es una distorsión que deba ser corregida, sino una estructuración primaria del vínculo entre el sujeto y su entorno, a través de la cual se organiza la experiencia, se estabiliza el deseo y se orienta la acción. Se trata de una necesidad ontológica anclada en la biología misma del cuerpo humano. El sistema nervioso, en su evolución filogenética, no ha sido diseñado para el desapego, sino para la vinculación, la pertenencia, la regulación emocional compartida y la construcción de la identidad a través del otro. Desvincularse de ese principio estructurante equivale a desconectar el deseo de su soporte carnal, pretendiendo una forma de relación con el mundo puramente espectatorial y aséptica, en la cual el sujeto se desliga de la intensidad que funda su existencia. Lejos de constituir un signo de liberación, el desapego sostenido como norma constituye un desarraigo afectivo que, al no poder desactivar la biología sobre la que pretende operar, solo puede sostenerse mediante represión, racionalización o simulación.

Desde esta perspectiva, la figura del desapego no remite a un logro subjetivo sino a una ficción estructural: no existe desapego sin sacrificio de la propia naturaleza, y toda represión sostenida de esta produce escisión. Cuando el sujeto intenta eliminar el apego desde el esfuerzo voluntario, no obtiene serenidad sino inhibición, no obtiene claridad sino desconexión. El resultado de este intento no es una forma de sabiduría emocional, sino una neutralización de la propia naturaleza, que puede generar estados de vacío, desafección o incluso disociación emocional. Esta operación, promovida como práctica terapéutica, es en realidad una forma de violencia epistémica contra la estructura carnal del sujeto, y su promoción sistemática favorece la construcción de un ideal humano basado en la insensibilidad controlada: un modelo que se aproxima más a la psicopatía funcional que a la plenitud consciente.

El desapego impostado, aunque relatado por algunos como fuente de serenidad, no es más que una estrategia de recubrimiento, un artificio que enmascara el conflicto sin resolverlo. Su aparente eficacia oculta una infelicidad latente que, al no ser integrada, persiste como ruido estructural. Optar por el desapego no constituye una superación, sino una forma sutil de evasión, comparable al entumecimiento inducido por sustancias: una suspensión del conflicto, no su trascendencia. En la teosofía de la CTO, esta elección no revela fortaleza, sino una renuncia a habitar la carne y afrontar el despliegue inevitable del deseo.

La CTO, como sistema que asume la carne no como obstáculo a superar, sino como base sobre la que se edifica la voluntad, rechaza toda práctica que implique renuncia sistemática a los vínculos afectivos que estructuran la subjetividad. La carne no puede ser negada sin consecuencias, y el apego es una de sus formas de expresión más primarias. Lo que desde algunas filosofías orientales se percibe como cadena, desde la filosofía de la Magia Novae Carnis se entiende como raíz. La paz que el desapego promete es, en última instancia, una forma sofisticada de anestesia. La calma no es resultado de la ausencia de afectos, sino de la integración consciente y operativa de estos en el marco del deseo. El dolor que el apego puede causar no justifica su condena: tal como ocurre con todo lo que posee intensidad, su ambivalencia es inseparable de su potencia transformadora.

En este sentido, el discurso terapéutico que predica el desapego no es neutro ni inocente. Funciona como un dispositivo de regulación subjetiva orientado al control afectivo, en nombre de una paz emocional que responde más a la demanda de adaptabilidad que a la autenticidad del proceso de individuación. La filosofía de la CTO no promueve la supresión del apego, sino su transfiguración en vínculo consciente, en afecto orientado, en relación lúcida. No se trata de abandonar el apego, sino de comprenderlo como fuerza organizadora del deseo, para operar desde él con voluntad y dirección. Lo contrario equivale a modelar subjetividades que se ajustan a los parámetros de eficiencia emocional, desconectadas de la carne que les da forma, funcionales para el sistema, pero alienadas de sí.

Frente al ideal del desapego, que al tiempo que promete libertad erosiona la capacidad vincular del sujeto, la Magia Novae Carnis propone un retorno radical a la materia. El apego no es una enfermedad ni una patología, tal y como la tratan algunas corrientes filosóficas, teológicas o psicológicas, sino una inscripción afectiva en lo real del cuerpo, una expresión legítima del deseo de permanencia, de encuentro y de sentido. Renunciar a él es renunciar a la posibilidad de construir un deseo encarnado. Y un deseo sin cuerpo no es libertad, sino desarraigo.

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Carnis Templi Ordo (CTO)
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